jueves, 10 de noviembre de 2011

La sombra de un imperio

Haile Selassie, Rey de reyes, descendiente de Salomón, el poder de la Trinidad. Fue destronado en 1974 por una revolución militar y murió un año después creyéndose todavía emperador de los etíopes. Hoy pocos le recuerdan y quien lo hace, lo cita de corrupto usurpador, de ladrón, de asesino. Sin embargo, hubo quienes lo amaron y veneraron, quienes pensaron que su benevolencia era propia de un Dios. Ryschard Kapuscinski da voz a sus antiguos dignatarios, a los que se quedaron en Addis Abbeba en un intento de sobrevivir a la revolución, a aquellos que sirvieron a un Imperio en bancarrota, y que, no obstante, desempeñaban las tareas más triviales.
 
El relato da comienzo con los testimonios de aquellos que vivieron la vida opulenta en Palacio, el limpiador de orines de Lulú (el perrito imperial), el colocador de almohadas o el encargado de abrir la puerta a su Majestad, siempre en perfecta armonía, pues Haile Selassie debía “conservar intacta su dignidad”.





Todos ellos pensaban que la vida en Palacio era apacible y que el Emperador, su bondadosa persona, era el mejor ejemplo de un perfecto gobernante. Veían con malos ojos, a los jóvenes universitarios, que no hacen sino, desfigurar la imagen del Digno Señor.


Si bien, por otra parte, el año sesenta fue terrible para los etíopes, “ una maligna plaga de procesionaria anidó en la sana y jugosa fruta de nuestro Imperio, y todo se desarrolló de manera tan fatal y destructora que aquella fruta, por desgracia, chorreó sangre”.  Durante un viaje del Emperador, uno de sus más allegados y queridos nobles, Germame Neway, gobernador de la región sureña de Sídamo, organizó un golpe de Estado.


Es a partir de aquí donde se desencadenan una serie de sucesos que ponen en jaque la figura del Emperador y que no hacen sino de su Imperio, sólo una sombra de lo que fue.

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