martes, 20 de marzo de 2012

Disparen a la bandada

“Cuando se produjo el golpe de Estado en Chile, aquél 11 de septiembre de 1973 por cosas raras del destino, a mi no me nombraron para salir a las calles, así que me quede en mi unidad de la Base Aérea El Bosque. Mientras estaba allí empezaron a llegar montones de presos, entre ellos, dos muchachos muy jóvenes con claros signos de tortura. Venían mojados, sin ropa. Me acerqué a ellos para ver qué pasaba y le pregunté al sargento que estaba a cargo de ellos.
-¿Qué es lo que pasa con estos chicos?
- Mi capitán-contestó- a estos dos chicos los pillaron esta mañana con un documento en contra del gobierno de Pinochet y esta noche los van a ejecutar.
No podía creer que todo fuera tan injusto. Ellos ni siquiera sabían el peligro en que se hallaban, así que decidí actuar.
-Sargento, en dos horas saldrá un vehículo en dirección al Estadio Nacional, embárquelos en él y mándelos para allá”.

El Estadio Nacional era el lugar donde se concentraban todos los presos que caían como resultado de la represión en toda el área del sur de Santiago de Chile. Acababa de suceder lo inevitable: Pinochet se había hecho con el poder y comenzaba la represión con los insurrectos. El capitán Jorge Silva, formaba parte de las Fuerzas Aéreas Chilenas y por esa época se decía que en su departamento existía una clara penetración de la izquierda, aunque no se demostró ninguna actitud de proselitismo.

“Así que caí preso tres semanas después. Cuando ya estaba en la cárcel me encontré con los dos tipos a los que yo ayudé que se acercaron a hablar conmigo.
-Mi capitán –dijeron- ya sabemos por qué usted nos mandó aquí cuando nos detuvieron. Muchas gracias, nos ha salvado la vida.
Yo en ese momento no quise contestar porque sabía que la cárcel estaba llena de informantes y espías del nuevo gobierno. Fui condenado a 20 años”.

Gracias a la presión estadounidense, Jorge Silva y los demás pudieron salir al cabo de tres años y medio. Se encontraban en la cárcel porque todos los que se opusieron al golpe de estado fueron considerados comunistas, aunque no lo eran. Salió de la cárcel en 1977 pero jamás volvió a vivir en Chile. Se convirtió en un exiliado.

Le dieron a elegir entre Alemania, Estados Unidos o Inglaterra. Eligió Inglaterra. Al poco tiempo después de mudarse a Londres, recibió una carta de un académico de la Facultad de Miami. En ella decía que había encontrado a uno de los torturadores de la cárcel, que se ha iniciado una investigación contra éste y que su nombre, Jorge Silva, había sido pronunciado por uno de los torturados. “El capitán Silva me salvó la vida”, había dicho.

La persona que lo había dicho era Fernando Villagrán, uno de los dos muchachos que salvó de una ejecución segura. Su libro “Disparen a la bandada” está inspirado en él. Sin saberlo, Jorge Silva se convirtió en el protagonista de un libro de la historia de Chile y yo tuve la suerte de conocerlo por casualidad, en una terraza soleada de un bar español de Londres, mientras él y sus ahora amigos, que antes fueron solo dos pobres chicos inocentes y aterrorizados, charlaban sobre los agridulces recuerdos de su país natal.



*Consulta el argumento del libro aq.


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