lunes, 14 de noviembre de 2011

Entrevista a Benedetti

Acabo de encontrar una entrevista a Mario Benedetti en la que el escritor responde a preguntas sobre el éxito de "La tregua". Me sorprende saber que cuando la escribió tenía sólo 25 años. Aquí os la dejo: 


* He suprimido algunas preguntas que no tenían mucho que ver con la novela en sí. Eso sí, si pensáis leerla omitid la lectura de esta entrevista. Para el que ya la haya leído, esto ayudará a comprender mejor al autor.


por Maria Esther Gilio




"Me gustaría que empezaras por recordar tu vida en el momento en que escribiste La tregua. ¿Por qué esa historia difícil de imaginar en un escritor joven? ¿Qué edad tenías cuando la escribiste?
No tan joven. Ya estaba casado. Tendría 25.



Hoy estarías saliendo de la adolescencia. ¿Cómo fue, entonces, que se te ocurrió esa historia?
Yo trabajaba en las oficinas de Piria, donde estuve 15 años. Entré como pinche y llegué a gerente. En una época tenía tres empleos, y Luz también trabajaba. Claro que entonces uno podía conseguir los tres empleos. En un momento, siendo yo oficial de contaduría, mi jefe, viudo desde hacía un tiempo -un tipo muy bien, muy macanudo y muy calmo-, empezó a comportarse con una alegría de vivir que en él era desconocida. Un día yo le digo "Pero don Diego, ¿qué le pasa que está tan bien últimamente?".


Él, para vos, era un viejo. ¿Qué edad tiene Santomé?, ¿cincuenta?
Más o menos cincuenta. Cuando le pregunto me dice "Vamos al café, te voy a contar". Fuimos. "Estoy enamorado", me dice. "Pero el problema es que esta muchacha tiene la mitad de mis años. Tiene 26. ¿Qué voy a hacer?" "¿Por qué no se casa?", le digo yo.


Y volvió a enviudar
Eso pasa en la novela. En la vida pasó lo que era lógico, él murió antes que ella.


Me explicaste alguna vez que Avellaneda debía morir para que ese amor no fracasara.
Sí. Para evitar el fracaso había que matar a Avellaneda. Cuando salió la novela, unas cincuenta mujeres hicieron una reunión en un apartamento de Pocitos, a la que me invitaron. Allí me reprocharon que hubiera matado a Avellaneda. Yo les decía que la había matado en beneficio de la historia de amor. En 15 años Santomé iba a ser un viejo, tal vez moriría. Qué triste. Más o menos las convencí.




Tu visión, en ese momento, era que tal diferencia de edad indefectiblemente terminaba con el amor. ¿Pensás hoy lo mismo?
Hoy tenemos muchos ejemplos en contrario. Picasso, Alberti, Casal, Borges.


¿Cómo era Montevideo en la época de la novela?
Estábamos en el auge del empleo público. La familia para considerarse familia debía tener un miembro empleado público.


Estaba aquella frase tuya donde decías que Uruguay era la única oficina del mundo que había alcanzado la categoría de república. Tus poemas de la oficina también son buenísimos. Pero no eras empleado público.
Era, sí. Antes de trabajar en Piria trabajé cinco años en la Contaduría General de la Nación. En esa época, para despedir a un empleado público creo que debían reunirse las dos cámaras. Tenía que haber desaparecido con el tesoro de la nación o matado al jefe de la oficina. Despedir era casi imposible. El empleo público era la seguridad. Y este país era el país de la seguridad. La gran palabra era esa. Hasta que vino la dictadura y todo eso se fue al demonio. Echaron, nombraron a dedo.


En Quién de nosotros tenés una estructura que facilita el camino. En cambio en La tregua te enfrentás a uno de los difíciles problemas que se le plantean al novelista: desde dónde se cuenta la historia, quién la cuenta
Con La tregua barajé varias posibilidades. Que contara un narrador en tercera persona, pero me pareció que para que el tema tuviera la comunicación y el calor necesarios tenía que ser el protagonista quien contara. Santomé, él sería el mejor instrumento.


Era, además, a través de él que te había llegado.
Claro, aunque yo lo cambié mucho a él, y a las circunstancias de su vida. Le adjudiqué tres hijos, decidí que uno fuera homosexual. Un día, años después -Fiorello, mi compañero de oficina, ya había muerto-, me encontré con el único hijo que tenía. Me dijo "¿Cómo lo metiste al viejo en la novela?". Yo nunca lo había dicho. Pero ellos se dieron cuenta.


¿Conociste a quien luego llamaste Avellaneda?
Sí, la conocí. Físicamente no tenía nada que ver con el personaje. Y en el resto no sé. La edad sí era la misma.


En La tregua hay otros personajes.
Esos son inventados. El amigo que viene del exterior, que me permite alguna alusión a lo político. En ese momento la situación política empezaba a mostrar fisuras. Había que hacer alguna referencia. Pero además había que meter algún personaje, describir alguna situación que pusiera un poco de aire en el relato, que lo sacara de la encerrona total. La novela no podía circunscribirse al mesurado y sobrio idilio de Santomé con Avellaneda.


Santomé, a menudo, se encuentra con Avellaneda en un café. ¿Es alguno de los cafés que conocemos?
Sí, es ahí en el café que se le declara. El café es el Sorocabana de 25 de Mayo. Allí escribí la novela.


No se me hubiera ocurrido. No te veo escribiendo en un café. ¿Dónde te sentabas para escribir?
En una mesa cualquiera. Nadie me conocía. Si fuera ahora, imaginate. Pero en esa época era lo único posible. Tenía dos horas al mediodía. En lugar de irme a Malvín y volver en el 142, me iba allí, pedía un refuerzo, un café y escribía.


A mano, claro.
Sí, a mano. Después la pasaba en la Olivetti. Varias veces, porque corrijo mucho.


¿Qué corregís?
La historia queda. Cambio frases.


La vez pasada me dijiste que habías tirado una novela entera. Y añadiste que cuando corregís siempre es borrando, nunca agregando.
Sigo la receta de Rulfo que decía "La mejor autocrítica es el hacha".


Conrad no lo dice así pero dice algo parecido, cuando proclama la austeridad, la necesaria sequedad del texto.
Yo te voy a decir una cosa. No entiendo bien el éxito de La tregua, tiene más de 150 ediciones. No creo que sea mi mejor novela.


¿La mejor sería Gracias por el fuego?
Tampoco. Yo creo que la mejor que escribí es La borra del café. Es la única que en algún sentido es autobiográfica. O que por lo menos lo es en el envase, pues el protagonista es totalmente inventado pero vive en los barrios donde yo viví.


¿Cuáles son esos barrios?
Capurro -uno de los más queridos- Malvín, Punta Carretas.


Pero La tregua algo tiene que tocar en la gente.
Es una historia de amor. Creo que no es cursi.


Ahí está aquel diálogo de Avellaneda con Santomé donde ella le cuenta qué entiende la madre por felicidad. Esa idea menos ambiciosa, más modesta de lo que es la felicidad es posible que sirva a mucha gente.
Algo así habrá. No sabés cuántas veces la han dado en radio, cine, teatro, televisión. A veces bien hecha, a veces mal. En Colombia, por ejemplo, hicieron una versión desastrosa. Metieron complicaciones con el narcotráfico. Yo sólo les había exigido que la ubicaran en Uruguay. Nunca imaginé que saldrían con algo así. La tregua me conquistó un público de afuera. Cuando la hicieron en televisión con Héctor Alterio y Ana María Picchio fue fantástico. A mí me gustó más esta versión que la hecha en cine.


¿Por qué te gustó menos la hecha en cine?
Porque trasladaron la acción a Buenos Aires, además de cambiarle la época.

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